FELIZ PERA EDITORIAL

Feliz Pera es un emprendimiento editorial de Cecilia Blanco para difundir algunos de sus trabajos de manera independiente. También ayuda a la autoedición de autores noveles. Son libros autogestionados, de precio muy accesible y que se pueden conseguir contactando a su autora por mail: ceciliablanco10@gmail.com



Título: Tiburcio, el alma de las fiestas
Autores: Cecilia Blanco - Milton
Género: cuento
Público: + 3 años
Texto: mayúscula de imprenta

Cantidad de páginas: 24

Formato: 22 x 22 cm
Tapa blanda
Papel ilustración brillante a color
Año de publicación: 2021

Precio de venta al público: $ 5500

IMPORTANTE: Envío por Correo Argentino (con costo) o retiro sin cargo por Lomas de Zamora (GBA).

CONSULTAR POR DESCUENTO A ESCUELAS Y BIBLIOTECAS.




Título: Cartas a la novia del soldado
Autora: Cecilia Blanco
Género: novela epistolar
Público: juvenil / adulto

Cantidad de páginas: 116

Formato: 15 x 21 cm
Tapa blanda con solapas
Año de publicación: 2021

Precio de venta al público: $ 5500

IMPORTANTE: Envío por Correo Argentino (con costo) o retiro sin cargo por Lomas de Zamora (GBA).

CONSULTAR POR DESCUENTO A ESCUELAS Y BIBLIOTECAS.


OPINIONES ACERCA DE “CARTAS A LA NOVIA DEL SOLDADO”


El surgimiento de estas cartas, como de todas las cartas, es fruto de una separación. Lo que estaba por comenzar, el descubrimiento de a dos del propio ser y del mundo adulto, se tuerce en los años de dictadura. En estos dos adolescentes late fuerte entonces la necesidad de sentir y decir lo que no se podía sentir ni decir. Saben que el amor y el pensamiento no se obligan, ellos se fortalecen en una comunicación íntima y exclusiva de dos y consiguen así paliar los días enfermos. 

Esta correspondencia es breve, se trata de un intercambio, solo interrumpido por una guerra, que va de junio de 1981 a julio de 1982. Es un momento de la historia y un momento de la vida. Esos momentos luego mutan, se pierden, se vuelven memoria, crecen... Sin embargo, el ardor que habita en los escritos verdaderos jamás es transitorio y llega así con su potencia hasta nosotros, hasta tocarnos y hacernos destinatarios de su historia.


Florencia Piluso


Hubo una vida antes de whatsapp. Hubo un correo que no era electrónico. Las distancias se salvaban con tinta, estampilla y matasellos. Y las cartas que viajaban horas y días dentro de los sobres arrugados por decenas de manos, mojados por la lluvia y salpicados por el barro eran una fiesta cuando llegaban; y un acto de fe cuando partían.

Así fue durante muchos meses la vida de Cecilia y Alberto. Dos adolescentes que recién habían terminado el secundario, empezaban a conocer el mundo y a vivir una amistad que “se tornó romance”, separados bruscamente por aquel atentado contra la juventud llamado Servicio militar obligatorio. El castigo del Estado contra Alberto por ser joven, por tener proyectos, por querer trabajar, crear y amar para que el mundo fuese mejor. El castigo del Estado contra Cecilia, condenándola a esperar una carta y a viajar a un cuartel un domingo como si fuese a una cárcel para encontrarse un rato con Alberto. Destinos del horror que, con humor, Cecilia y Alberto transforman en destinos vacacionales del “jet set”: Río (Santiago) – Punta (Indio) – Bahía (Blanca).

A Cecilia y Alberto les apartaron sus cuerpos, y el contacto se volvió escritura. Una escritura que, a quienes tenemos la edad de ellos, nos despierta nuestra nostalgia y nos devuelve a esos años en que teníamos todo (ese todo que es la vida) por delante. Así, en las cartas se suceden el rock, las primeras lecturas, el cine, lo que harían después de ese hiato infernal que era la colimba. Los hitos intelectuales y sociales de todo chico de barrio de principios de los 80: las poesías malas de Prévert, las notas de la revista Humor, los encuentros en un café de Adrogué, el Richeleau, que puede ser un café cualquiera de Mataderos o de Avellaneda con nombre pretencioso e higiene dudosa.

Para los lectores jóvenes, los desesperados usuarios de las redes sociales, leer esta correspondencia es ingresar en aquel mundo del que hablan padres y abuelos, reconocer relatos familiares y poder imaginar cómo serían sus mayores y el mundo de sus mayores antes de que llegaran ellos.

Cecilia nos ofrece las cartas tal como se escribieron. Sin correcciones, sin censuras, sin adornos. Con su caligrafía y sus bandadas de peras dibujadas en los márgenes. Con sus perfecciones e imperfecciones que nos hacen quererlos a los dos, a enamorarnos de CeciliayAlberto; y, por qué no, de paso, darnos el gusto de enamorarnos un poco de nosotros mismos.

Fulvio Franchi


Carta a los que leen estas cartas

Cuando leen a estos jóvenes escribas en papel de avión, lo primero que surge es una cálida y profunda sensación de ternura. Por ellos y por la propia memoria de aquellos años ochenta.

Pero, déjenme que les cuente: Hay más. Yo los vi, día tras día, caminando por las veredas de Adrogué, tomando en los bares de la ciudad, en sus propias casas. Los vi enérgicos y soberbios; conspiradores y tramposos.

En esa ciudad del primer cordón del conurbano, pacata y pretenciosa, donde reinaban la música disco, los Fiorucci, el skate, el auto de papá, el Lawn Tennis Club o la negación de cualquier lectura; ellos eran los otros. Nuestros iguales/distintos.

No éramos huérfanos, pero como sí, no éramos pobres, pero casi, no éramos inteligentes, pero lo intentábamos, no éramos heroicos pero lo actuábamos, no éramos ambiciosos, pero qué duda cabe.

Ahora, entonces, ¿éramos tan distintos? No, seguramente que no éramos tan distintos a otros pibes que soportaban los limites dispuestos en una dictadura que había asesinado a hermanos y padres y a nuestras músicas y lecturas. Pero queríamos pensar que sí. Ellos pensaban que sí.

Una vez se nos ocurrió hacer una revista de bajo presupuesto y mucha voluntad. Otra vez armamos la redacción, luego sumamos voluntades. Otro día volvíamos al cine y otra vez.  Aún me pregunto como hacían/mos para tomar en los bares, ir al cine, fumar, comprar libros.  No teníamos trabajos, menos padres o mecenas que soportaron esas pretensiones. Pero allí estaban ellos y nosotros, consumiendo cultura y excesos.

Todo eso está en estas cartas que saco del rincón de la Pandemia mi querida Cecilia.

Ahí están la voz y la inteligencia de ella,  la letra caligráfica y las lecturas de Alberto. Sus caricias, deseos y miedos vanos y de los otros.

En esas cartas están las escenas y los rincones en los que, mirándolos y escuchándolos, los amábamos con alegría y envidia. Envidiábamos como estaban unidos en aquellas calles y bares; noches y madrugadas; muchas madrugadas. Queríamos lo mismo. Seguimos buscando eso mismo, cuando miramos a los ojos a quien queremos. 

Marcelo López




Anoche terminé de leer el libro. Lo primero que tengo para decir es algo referido, justamente, a que somos de una generación que perdió objetos con contenidos intangibles: los discos, los diarios y revistas, y las cartas. Creo que, en términos culturales y emocionales, son faltantes muy dolorosos. La revolución tecnológica fue muy voraz, barriendo objetos y costumbres. Los "analógicos" más jóvenes, como nosotros, nos adaptamos al cambio. Pero añoramos aquello. 

El intercambio epistolar es sin dudas un género literario. Si bien yo acuerdo con que los géneros se inventaron para clasificar o etiquetar, escribir y recibir cartas constituyen literatura. La escritura en un papel, a mano, la liturgia que rodeaba ese acto, o elegir una postal en un lugar de veraneo, ensobrar, usar la lengua para sellar el mensaje, ir al correo, las estampillas... ¡¡¡Y recibir una carta!!! "Leerle" la letra al otro, tratar de interpretar emociones adicionales por el tipo de caligrafía, divisar un borroneo producto de una lágrima, que tal vez era una gota de agua derramada... 

En lo personal, no tuve un amor así en esos años. Con lo cual, no fui protagonista de intercambios epistolares de ese tenor. Por eso es que, tal vez, el libro me pareció entrañable. También, mucho tiene que ver el que ese intercambio entre Cecilia y Alberto se dio en unos años que son los que más recuerdo de mi vida. Para nuestra generación, que transitó todo el secundario en dictadura, esa fue la época del despertar. No voy a extenderme en esto. La revista Humor tuvo mucho que ver. Fue más que una revista, te hacía sentir parte de pertenecer a una comunidad, a un nuevo proyecto de país. 

Con esta ingenuidad, del que descubre el mundo y las cosas, se muestran esos intercambios de cartas entre Alberto y Cecilia. Y el amor adolescente, que es a todo o nada. Y el sufrimiento, necesario en toda historia de amor.

Y el servicio militar obligatorio: el gran estigma para que "te hagas hombre". Soportar denigraciones, padecer dolor físico, cansancio por actividades sin sentido, ser víctima de robos y aprender a robar, etc... Todo eso junto se supone que te "hacía hombre". Era realmente un hito trascendente en la vida de los varones. En mi caso personal, me sortearon un mes antes del comienzo de la guerra. Y viví todo el conflicto armado con mucha angustia y temor.

La lectura me atrapó. No podía parar de leer. Me emocionó y me dejó pasmado el final. Entonces, como libro, “Cartas a la novia del soldado”, cumple con creces.


Fabián Mazzoni



Como casi todo en estos tiempos de pandemia y ausencia de abrazos, “Cartas a la novia del soldado” de Cecilia Blanco, me llegó por mensajero. Tal vez en esta ocasión haya sido mejor así, la situación se pareció mucho a la llegada del cartero, ese cartero que le llevaba a Ceci las cartas de Alberto o al estafetero que le llevaba las de ella a él.

El libro me permitió asomarme, una vez más, a tiempos oscuros. Sólo mirando las estampillas y las fechas de los sellos postales vuelven los recuerdos de horrores vividos, el flujo de cartas se detiene nada menos que durante la guerra de Malvinas.

Pero no todo es oscuridad, las cartas cuentan la sensibilidad de esos dos adolescentes, los caminos que buscan y encuentran para salir al mundo en medio de una soledad devastadora. Teniéndose se sienten apoyados, valorizados, consiguen mirarse en los ojos de otro. 

Leyéndolas volví a escuchar esa música, a leer esas revistas, en suma volví a pensarme en esos tiempos de injusticia y represión.

El sentimiento que une a Cecilia y Alberto es tan profundo que atraviesa sus vidas y es el mismo que le permitió a las cartas llegar hasta hoy, hasta que una pandemia que pone al mundo patas arriba las sacó a la luz. 

También es el mismo que decidió a Cecilia sacar este libro que es mucho más que una historia de amor.

Mónica Sporra



"Cartas a la novia del soldado" es un recorte de época, un momento puntual de la historia Argentina y también un recorte de esa etapa tan particular en la vida de alguien que es la juventud.

Hay una intertextualidad formidable, que se da naturalmente, con referencias a hitos de ese entonces. Aparecen programas radiales y televisivos, y también sus personajes: músicos, periodistas, escritores. En este sentido, los detalles de la escritura de estos chicos son exquisitos, divertidos, elocuentes, inteligentes...

Aparece una distancia insoportable e injusta, donde con palabras se intentan llenar los huecos del tiempo suspendido de la espera. Pero también, hay una resistencia encomendada por el deseo, de amor y libertad. Que tal vez no sean cosas tan distintas después de todo.

Cuando digo amor, me refiero a un vínculo amoroso, sincero, reciproco y sostenido. Cuando el libro se termina puede quedar la sensación de que ellos están muy unidos, aún hoy, a pesar del tiempo y el espacio. Unidos para siempre, ahora también en la materialización de este trabajo.

"Cartas a la novia del soldado" es un libro muy emotivo. Tiene una edición hermosa, llena de pedacitos de las cartas en puño y letra de sus protagonistas.

Este libro no cae en lugares comunes, aunque tiene todo para hacerlo.

Emociona por la profundidad de lo simple: dos personas que se quieren de verdad.


Ayelén Rodríguez


Allí está, en una retaguardia que no es tal, presto a capturar al lector al paso, este encadenado de misivas en estado de combustión, efervescencia y plenitud sensorial: Cartas a la novia del soldado, de Cecilia Blanco. Un hilo invisible que nos invita a surfear y hacer equilibrio sobre su ruta, un pulso que nos implica. El vertiginoso intercambio epistolar de Cecilia y Alberto se torna revelador de que existe ese estado de ensueño que no cotiza en el mercado y que añoramos como aquella agua fresca que nos abriese a la percepción de los sentimientos más genuinos. Residen en él, casi como pequeños diamantes dispersos, los guiños coloquiales, el acompañamiento en la distancia, una ansiedad que va mutando con el correr de los meses en los que la trama, que la hay, se dirige hacia un punto culminante, un embudo casi, siendo intervenida abruptamente y rescatada de la tormenta de lo imprevisible por el magnífico cierre que Blanco le otorga a este viaje al que podemos sumarnos expectantes. Surgen en él los códigos de época, un argot adolescente que dispara como bengalas en la noche de la dictadura, el DESEO como emblema de resistencia y sanidad, confrontando y rebelándose a ese presente de opresión y lejanía. Las lecturas, el cine, las actividades afines, un soundtrack que pendula desde “Double fantasy” de Lennon-Ono, hasta “Solo se trata de vivir” de Litto Nebbia, despliegan un tapiz sobre el adoquinado y las hojas de otoño de las calles de Adrogué. Todo lo demás está en esas líneas, sus intersticios, trazos, puntuaciones, giros, silencios… Cruzan los textos sinsabores, angustias, proyectos y mucho humor, que tanto Cecilia como Alberto mechan sobre lo supuestamente cursi, banal o naif de sus divagues. No falta nada. Hacia el final el intercambio cambia el tono, hay una torsión allí que, para mí, nos es otra cosa que crecimiento, valentía y mucha generosidad. Todo aquel ímpetu adolescente de los primeros textos va dejando lugar al arribo de la adultez, una consideración que quizá pueda hacerse extensiva a la sociedad argentina toda si nos permitimos una caracterización de época, en los umbrales de la Guerra de Malvinas. Cecilia y Alberto nos devuelven en esta toma y daca de tinta y papel, de arabescos de birome y destreza motriz devenida fina subjetividad, el contacto con esos tiempos internos de cada quien, esa pulpa sensitiva que alguna vez, como un relámpago, nos invistiese inmortales. 

Daniel Goñi

      


Quiero aprovechar a escribir ahora, que estoy manija y le pegué a la última parte del libro como quien se apura a terminar una novela de misterio.

El libro es una deliciosa transcripción de las cartas de dos adolescentes, Alberto y Cecilia, separados por la distancia de dos años de Servicio Militar solo interrumpidos por algún que otro fin de semana. Es interesante la lectura de las cartas, sobre todo porque ese artefacto antiguo se empieza a superponer sin sentido, las cartas van y vienen sin que nadie les clave el visto y este inconveniente hace la conversación más introspectiva, y el papel en blanco una conversación con uno mismo. Alberto y Cecilia están enamorados y ese combustible enciende la escritura. La autora y una de las protagonistas de la historia, Cecilia, no modificó ni una coma de las cartas, prueba de ello son los facsímiles que figuran al final de cada capítulo, y si las conversaciones pueden ser triviales, se elevan por las marcas de época: el hijo de Portales, los "lompas", Moria Casán, y Encotel. Alberto lucha contra sí mismo por no sonar cursi, y lo consigue. Desde la cama de un hospital de la milicia se está construyendo a sí mismo con apuntes de la revista Humor, Dolina, el rock nacional. Cecilia le pide menos "cáscara" porque ella es toda transparente y mientras su vida cotidiana transcurre, sus cartas tienen un sentido más profundo de la existencia. Sin embargo, hay algo que inquieta, a la manera de la poesía de Discépolo "si yo pudiera como ayer, querer sin presentir". Ese presentimiento se transforma en miedo, miedo de que "todo esto lo estemos inventando", que no sea realidad. El mañana es brumoso, la guerra de Malvinas está en ciernes, pero ellos tienen tanto por vivir, que queremos que haya un mañana donde estén juntos... ¿para siempre?

Cartas a la novia del soldado, es de esas joyas que aparecen en pandemia, que nos mantienen el alma calentita a la espera del deshielo.

Daniel Loewy



Daría todo lo que tengo por una carta tuya. Por una foto de los dos.

Fernando Cabrera

Todo es ficción.

Ese sería un buen comienzo para una crítica. Pero, esto no será una crítica. Voy a intentar esbozar algunas impresiones sobre Cartas a la novia del soldado de Cecilia Blanco.

¿Qué significados adquiere una carta después de cuarenta años? Una carta es puro presente, y en este caso es un presente que no envejeció, sino que, tan solo, se descontextualizó. Las cartas de la novia y las del soldado, a pesar del tiempo, construyen una historia en donde lo único que prevale es lo que cada uno siente. Las cartas se niegan a hablar de proyectos materiales. Hablan de amor, amistades, lecturas, música y estados de ánimo. No hace falta nada más para crear un mundo y ver, luego, cómo ese mundo se deshilacha.

Con la lectura reí y lloré alternativamente, pero también reí y lloré simultáneamente. Mi lectura de Cartas a la novia del soldado es el viaje a un pasado en donde sentí el frío de dos inviernos (el del 81 y el del 82), la irrupción de la Guerra de Malvinas, la llegada del amor y su desmoronamiento. En definitiva, creo que las cartas hablan de lo inexplicable.

No puedo escribir nada o nada más sobre Cartas a la novia del soldado. Prefiero dejar que cada uno construya su lectura, elabore su intertextualidad. Solo quisiera agregar algo del orden de la intimidad: alguna vez bromeamos con Cecilia acerca de que mantenemos una amistad heredada. Pero no es así, supimos convertir la amistad en un exorcismo para burlar la muerte. Es el mismo exorcismo que habitualmente propone la literatura.  

Jorge Aloy


Registro y testimonio de una época donde las cartas se podían empezar y terminar de escribir a lo largo de varios días, con intercambios asincrónicos donde la respuesta podía llegar a leerse antes que la pregunta, cuando las "conexiones" a distancia entre dos personas enamoradas podían darse simplemente por asumir que se miraba el mismo programa de TV o por la sensación de estar iluminados por el mismo sol. Con su sensibilidad de periodista y editora, Cecilia Blanco transformó en literatura un intercambio de propias cartas personales de comienzos de los '80 que reencontró en un baúl mientras hacía orden durante los confinamientos de la pandemia. Ella, Cecilia, transita los primeros años de la facultad. Él, Alberto, está haciendo la colimba o servicio militar obligatorio en distintas bases de la Provincia de Buenos Aires las vísperas de la Guerra de las Malvinas y luego transferido a Tierra del Fuego. Entre 1981 y 1982, con la interrupción de la Guerra, sus vidas y sus encuentros se producen y reflejan en el papel. Los dos se aman y, por razones que ninguno de ellos entiende bien, también se desaman (aunque no del todo: al final veremos que quedará una extensa relación posterior). Los dos escriben bien, las transcripciones son fieles. Hay humor, complicidades, miedos y angustias, incertidumbres, deseos, reflexiones políticas, comentarios de películas, libros y notas periodísticas, referencias al rock nacional, postales de la vida cotidiana (de un recluta y una estudiante) y, por supuesto, irrupciones frescas de un pasado que revive y que acompañó la infancia y adolescencia de quienes tenemos más de 45 o 50. En una de las cartas, escrita en un papel con el membrete de la compañía eléctrica (SEGBA), Alberto bromea: "El estatuto del Proceso de Reorganización Nacional no prohíbe escribir en papeles de SEGBA". El cierre es vertiginoso y conmovedor, como si fuera una obra de ficción.

Matías Loewy

Felicitaciones por el tierno libro que acabo de leer. Con palabras simples, directas, como se escribían las cartas de esa época, me permitiste trasladarme a la vida del barrio con sus rutinas, emociones y sensaciones en un clima social y político que vivíamos también en la ciudad de Buenos Aires. Cómo la revista Humor nos permitió sostenernos intelectualmente tratando de conservar algo de esperanza; el cine, la música y algunas publicaciones que circulaban clandestinamente. Fue buenísima tu idea de reflejarlas de esa forma en un libro porque transmiten la frescura del amor adolescente, los proyectos y la vida que continúa.

Diana Pantalani

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